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El valor de los símbolos y de las palabras

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El valor de los símbolos y de las palabras

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Existen tres elementos que, entre tantos otros, forman parte de nuestra identidad nacional: el Himno, la Bandera y la Virgen de Guadalupe. Independientemente de condición social, localidad en la que vivamos o preferencias políticas y deportivas, todos compartimos nuestra reverencia por ellos: son nuestros símbolos patrios.

El Día de la Virgen de Guadalupe, miles de fieles se reunieron, algunos tomados de las manos de sus pequeños hijos, vestidos a semejanza de Juan Diego, en el espléndido marco del templo del Santuario, vetusta construcción que nos recuerda la generosidad y compromiso social del benemérito Don Fray Antonio Alcalde y Barriga, a quien se debe, entre múltiples beneficios, la construcción del Hospital Civil, institución que tantos dones ha derramado sobre nuestra ciudad y el occidente del país. Por cierto, en ese nosocomio murió mi abuela materna y fue inhumada en el Panteón de Belén.

Envuelto en las volutas de humo y el aroma del incienso, en medio de las flores que adornaban el altar mayor —rosas, casablancas y astromelias, principalmente—, inmerso en el abigarrado ambiente de quienes fueron a agradecer a la Virgen los favores recibidos, tuve la oportunidad de escuchar la homilía del Sr. Cardenal Don José Francisco Robles Ortega.

En ella, el arzobispo de Guadalajara nos convocó a la reconciliación. Con un excelente dominio del idioma y una dicción clara, en la que el manejo de los tiempos permitía a los asistentes apropiarse de las palabras, frases y oraciones pronunciadas por el prelado al momento que las emitía, expuso las razones para que los mexicanos nos reconciliemos con nosotros mismos. Es necesario erradicar el ambiente de división que altera la armonía indispensable para alcanzar el progreso y compartir sus frutos entre quienes nacimos y vivimos en este, nuestro país.

Reconoció que para que la reconciliación exista, debemos aceptar que vivimos en una sociedad agraviada por la injusticia, la inequidad, la violencia de género y conflictos intrafamiliares derivados de la precariedad en la que viven millones de mexicanos. Es importante admitir, dijo, la gravedad que representa el deterioro de los valores en los que se soportan las relaciones individuales y de comunidad. Refirió, también, el daño que causan las adicciones y la existencia de conductas antisociales que deben ser sancionadas por el poder público.

Expresó, con claridad meridiana, que no puede haber progreso, ni bienestar, ni paz, si no hay una justa distribución de la riqueza, un desempeño honesto, tanto de las autoridades políticas como de cada persona en particular, ni un ejercicio responsable de nuestras vidas. “La sociedad somos todos, sin exclusiones”, concluyó.

Voces como la del señor Cardenal y otras más deben de ser escuchadas y difundidas. Un país tan complejo como el nuestro necesita las opiniones de quienes, por su sabiduría, están en capacidad de tender puentes y señalar caminos.

En esta emotiva fecha, hago votos por su felicidad y la de sus seres queridos. ¡Qué gocen de cabal salud y qué la paz reine en sus hogares!

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